(Firma: Carmen Ramos) Cuenta Juan Alberto Martínez, voz y guitarra del grupo granadino “Niños Mutantes”, que escribió la canción “Sto. Domingo” como homenaje al bar donde él y otro compañero de la formación conocieron a sus parejas. Y que cuando la presentó al grupo para incluirla en el álbum “El futuro” hubo no pocas discusiones. Y todo porque en su estribillo repite de forma insistente “Era el amor”. Y añade el vocalista, no sin razón, que los españoles tenemos un cierto complejo a la hora de incluir esa palabra en una canción cuando a lo largo del día tarareamos miles de canciones en inglés donde “love” o “I love you” son una constante.
Hace unos cuantos años fui invitada por el Centro Andaluz de las Letras a una lectura en El Repilado. Después de cuarenta minutos de recital abrí el turno a la participación de quienes con tanta devoción me habían escuchado. La primera en levantar la mano fue una señora que me disparó: “¿Tú nunca te has enamorado? Es que no has leído ni un solo poema de amor”. Y a la mujer no le faltaba razón. Tengo más de cien poemas escritos alrededor del amor y del desamor. Publicados, solo unos diez y quizás estoy exagerando. Las razones son básicamente mi propio pudor y la dificultad para abordar un tema tan normal en la poesía, pero con el que a poco que te pases de frenada puedes llegar a parecer ñoña o rancia. Sí: escribir un poema de amor y salir airosa es quizás uno de los retos más difíciles en estos tiempos. Excepto si te llamas Paula Giglio y has escrito un libro con el maravilloso título de “La risa loca de los ángeles”. Y escoges el camino difícil. Porque lo más fácil para contar la historia que Paula desarrolla en este libro era la vomitona, el reproche, los adjetivos y los adverbios. Sí, los adverbios. Hace unos días en el autobús, un muchacho a mi lado discutía con su novia por teléfono. En cada frase metía un adverbio. Que miedo.
“La risa loca de los ángeles” está dividido en dos partes. En la primera titulada “Correspondencia”, Paula dibuja un diálogo entre dos personajes, sin nombres pero con muchas referencias, para de esta forma situarnos en un tiempo, en una edad donde todo son posibilidades y en una separación geográfica: Buenos Aires y París. En la segunda parte, “Bitácora”, con nuestros personajes ya juntos en París, la conversación se va mezclando, al igual que la vida de ambos. Y así vamos transitando por este libro los lectores, casi mecidos por un lenguaje claro y sencillo, donde cabe el humor (“Me emborraché y vomité / por lo menos / en cuatro países postsoviéticos”), la nostalgia (“En la calle de nombre impronunciable / buscamos un café / donde vendan lo más parecido / a una medialuna argentina”), la búsqueda (“Comprender una ciudad / es adentrarse en sus orificios / y recibir todo lo nuevo / como un oleaje”) y el fracaso (“Me imagino un clima amoroso / que nos permita frenar, / tomarnos el tiempo de ver las cosas / sin estar bajo la amenaza del frío”). Porque sí amigos: para escribir bien sobre el amor hay que hablar también del fracaso y para hablar del fracaso hay que ser humildes y hablar con palabras humildes. Lo expresa así de bien Joan Margarit en una de las citas que Paula Giglio tan acertadamente incluye en este libro: “Esa parte de nosotros que permanecerá siempre en París”. París, Rick e Ilsa, ellos que visten de gris y tú de azul y ese fracaso que era el amor y del que solo nos puede salvar la risa.
“La risa loca de los ángeles”, de Paula Giglio está editado por Ediciones Liliputienses y fue distinguido con el I Premio Centrifugados de Poesía Joven.
