(Firma: Paco Velasco) En un sistema democrático no cabe la dicotomía señor-vasallo ni amo-esclavo. No cabe. Sí, en cambio, se produce un fenómeno incontrovertible ya denunciado por Churchill: La miseria se reparte equitativamente pero el beneficio, no. De ahí, la polarización política y social de España.
El juicio ante el Supremo nos abofetea la cara ante esa dualidad de facturas. A Tejero, máximos deshonores. A Junqueras y cuadrilla, privilegios todos. Dónde la igualdad. Por qué el privilegio. La respuesta pasa por analizar el miedo insuperable de Rajoy y por leer textualmente la cobardía vergonzante de Sánchez. Ambos, entregados a la causa nefanda del acomplejamiento personal.
La unidad de España sí se puede discutir. Discutir, sí pero mientras haya democracia constitucional, no se ha de interpretar. La unidad es un dogma de ley primera. Quienes se ciñen a la misma, patriotas. Quienes agujerean el suelo para colocar bombas, traidores. Que Torra sea un felón, se le ve venir. Que Sánchez actúe como Maduro, una regresión fascista perpetrada desde la segunda más alta magistratura del Estado español.
A estas alturas de la crispación social, ya no vale la manida ocurrencia de la izquierda burguesa de la Secta y de El País acerca de la convivencia para Cataluña y España. La manipulación de las frases dinamita el derecho y se ríe de la justicia. La convivencia no es catalana y española. Es española y, en su seno, desde gallega a valenciana y desde extremeña a aragonesa.
A Sánchez no le queda sino la revitalización del culto al líder y a su sacratísima esposa. O el Psoe ordena el cierre de filas, bien prietas al sol del teócrata, o el partido sufrirá en mayo las consecuencias de las elecciones. Soy de los que defienden una democracia donde el Psoe, el de verdad, tenga un papel protagonista. Sin embargo, hoy día el partido de Sánchez es el gran sembrador de odios. Y lo es porque pretende ser amo cuando ha sido reducido a la condición de siervo. No se puede caer más bajo. O sí.
