(Firma: Paco Velasco) Siempre, y digo siempre, desde que tuve razón, e incluso antes, por instinto, estuve convencido de que la mujer, a la vista de mi madre, de mi abuela o de mi tía materna como modelos, posee cualidades superiores a las de sus referentes masculinos. Eran feministas, sin saberlo, y femeninas con conocimiento. He defendido, a ultranza, el papel fundamental de las tres en la familia. No como madre, abuela o tía. No como mujeres que saben de todo y nunca fardaron de esa sabiduría, congénita y adquirida, que desprendían a raudales. He admirado, y en ello sigo, el papel insustituible de la mujer en la sociedad. Me inclino ante la capacidad intelectual, manual (que no manipuladora) y profesional de mi esposa. He discutido ante amigos sobre el protagonismo indiscutible de la mujer en el seno de la continuidad de los hijos en el marco de un divorcio. Podría seguir con ejemplos por centenares. Hablo generalizando porque casos contrarios, proporcionalmente pocos, existen por fortuna.
Nunca milité en organización alguna que cosiera a sus estatutos el feminismo como corriente de pensamiento político. Es más, me alejo de quienes utilizan una ideología para uncir, como bueyes, a las mujeres al carro de sus espurios intereses políticos. Aborrezco a las feminazis. Cierto es que hay que exigir que las mujeres dispongan de las mismas oportunidades que los hombres. Lo que he rechazado, y rechazo, es el hembrismo como categoría de oposición al machismo. De igual modo que disiento de quienes se expresan en términos absolutos de patriarcado y de matriarcado. Como si la vida, lejos de ser un itinerario conjunto y, en lo posible, armónico, de mujeres y de hombres, se redujera a un enfrentamiento perpetuo entre unas y otros.
Si alguien niega la igualdad, me tiene en frente. Cuando se niega la equiparación laboral, se atraca mi sentido de la justicia. Mientras callemos ante la indudable brecha salarial, mal contribuiremos al equilibrio social y a la rectitud moral. Convengamos en que la mujer ha carecido, históricamente, de derechos que hoy nos sonrojan pero admitamos, asimismo, que se han dado pasos para erradicar tamaño desprecio y que, poco a poco, luchamos por aproximarnos a la irrefutable igualdad. Y no olvidemos que las democracias legislan de forma que sobre este asunto no quepan más que disputas colaterales por temas menores.
Feminismo, sí. Sí como principio vital. Hembrismo o feminazismo, no. No como reacción a un mal que despreciamos. Nada de colectivos de mujeres contra colectivos de hombres. Decía Pablo Neruda en su “Crepusculario”: “Para que nada nos separe, que no nos una nada”. Y eso sí que no. Sí que no.