(Firma: Federico Soubrier) Poco a poco, sin prisa, pero sin pausa, vamos avanzando en este confinamiento de final un tanto incierto, tanto en tiempo como en solución definitiva, la cual solo pasaría por una vacuna efectiva, ya que uno solo que venga, vaya o vuelva, se ramifica en un ciento que hacen mil y derivan en sinfín.
Este mal sueño recuerda a aquella película en que tras mil vicisitudes el puñetero cardumen de pirañas consigue llegar al mar y, ¿quién sabe lo que va a pasar?
Hemos visto como la solidaridad inicial se ha ido aproximando al miedo, al menos a la cautela, generando un estado de alerta interno que viene a sumarse al impuesto, extremando los cuidados, lavados y saneados, mientras tenemos ganas de salir, pero cierta angustia porque nos saquen antes de tiempo.
En cuanto al confinamiento, comprobamos el compromiso de muchos y la tara de unos pocos, tal vez demasiados, empeñados en desplazamientos perturbadores con tintes mortales. Todo esto sazonado con la vergüenza ajena de comprobar que timadores, estafadores, usurpadores y gentes de mala ralea hacen su agosto en primavera, obviando que andamos de luto general.
Verificamos que es importante que se recojan las cosechas antes de echarse a perder o que se esquilen las ovejas por razones sanitarias, sin entender muy bien la necesidad de que los obreros terminen el chalet de al lado, segunda residencia de quién sabe quién.
Mientras quede un piojo en la clase habrá que rascarse en la escuela, y no es lo mismo erradicar de golpe que intentar hacerlo por etapas.
No comprendemos, o al menos yo no lo hago, que a gente sin experiencia que está intentando tirar del carro, ese en el que todos andamos, algunos fanáticos no hagan más que meterle palos en las ruedas para intentar bloquearlo. Sería loable aportar ideas no perdiendo las maneras, habría que aprender de Portugal, a colaborar sin más.
Del Vaticano y la iglesia, nada que decir, ya ellos lo dijeron todo: “Por sus obras los conoceréis”.
Difícil averiguar en qué porcentaje influyeron los contagios que nosotros mismos portamos a las civilizaciones maya, azteca e inca para su desaparición, aparte de otros vandalismos, pero sus ruinas me recuerdan a las que son ahora nuestras calles vacías, monumentos solitarios, museos sin colas y templos desiertos.
Valga para finalizar, mi agradecimiento y profundo respeto por todos aquellos que andan en primera línea y han demostrado que están hechos de otra pasta, mi sentir por los que han caído en el esfuerzo y mi completa admiración por quienes se alistaron altruistamente voluntarios sin que nadie los llamara para intentar mitigar este virus tan peligroso como impasible.