16 noviembre 2024

LABERINTO SOCIAL: Toca vacunarse… voy y os lo cuento

Recuerdo que llevaba el pantalón caqui, las botas negras y el reloj. Con el torso al descubierto, cuestión de agradecer en pleno verano en Cerro Muriano, avanzaba paso a paso por el pasillo del comedor formando parte de una fila de jóvenes autómatas que simplemente obedecían por el mero fin de no llevarse ese día un guantazo o pasar la noche en el calabozo. Todo se limitaba a acatar órdenes, viniesen de quien viniesen y pasar lo más inadvertido posible.

Llegado a la zona caliente di un paso y brochazo de iodo en el brazo derecho, otro paso y lo mismo en el izquierdo, uno más y me clavaron una aguja, al paso siguiente me pincharon otra en el lado contrario, mientras, delante, caía alguno que otro desmayado descomponiendo la fila mientras lo retiraban. Uno más y una especie de pistola me inyectó algo por la primera aguja, al siguiente lo mismo en la otra, dos pasos más de algodón con alcohol, camisa militar, gorra y a tirar.

Eso sí, primer fin de semana en casa con dos verdugones considerables, como flamantes galones, que ayudaban a conseguir una cartilla militar con el ítem de “el valor se le supone” a causa de no haberlo demostrado en ninguna guerra.

Evidentemente, por el tema de la posible respuesta, nadie preguntó qué nos inyectaban, para qué servía y si podría provocar algún tipo de reacción que alterase o pusiese en peligro el zombi devenir de nuestras vidas por aquel entonces, lo mismo daba que fuese contra el tétano que para combatir en la jungla o el desierto, descartando la muerte vírica, cuestión a todas luces harto improbable por no decir imposible.

Han transcurrido cuarenta años y recuerdo aquella escena de la mili como si  fuera hoy. Ahora hago un inciso en este relato y me desplazaré a Palos de la Frontera, donde me corresponde por cuestión de empadronamiento y edad, para vacunarme voluntariamente con la vacuna de Astrazeneca. Cuando vuelva continuaré la narración casi en directo…

Bueno, ya estoy aquí de nuevo, la sensación muy buena, rapidísimo, sin tener que hacer cola, la instalación amplísima y la distancia entre usuarios espectacular. Me la ha administrado Gema, sanitaria muy agradable. Un pinchacito de nada, delicado y profesional, un cuarto de hora de espera sin novedad, nada que ver con la mili, ni de lejos por fortuna y hasta la próxima en julio debido a mis sesenta y dos años.

¿Era necesario ponérsela? Sí, por varias cuestiones, muchísimas posibilidades más de infectarse del virus que de sufrir trombos u otras reacciones, al menos eso espero. Ayudar a proteger a los nuestros y a los demás, consiguiendo entre todos la inmunidad grupal, facilitar la vuelta a una relación social normal, más satisfactoria, tanto desde el punto de vista emocional como mental y defendernos del poco sentido común de una parte importante de nuestros jóvenes y algunos que otros, que no lo son tanto.

¿Algún pero? Muchos también, como es normal. Pienso que todo este sarao está movido por un trasfondo político y económico sobre todo. Por supuesto interesa más la gallina de los huevos de oro, quiero decir, el turismo y las vacaciones que nuestra salud en general. De haber elegido habría preferido una vacuna monodosis. No me habría fiado del ciclo de frío a menos veinte grados porque conozco al personal y la cadena, si no se rompe por un lado, casca por otro. Entiendo que el juego que tienen con Astrazeneca de los tramos de edades es para “cagarse en todo lo que se menea”, sobre todo si te han puesto la primera, tienes menos de sesenta años y la impresión de ser una cobaya, como supongo que le sucede a más de dos millones de vacunados, dos muy cercanos a mí, pendientes del resultado que les de la cancioncilla “pito, pito, gorgorito… pin, pon, fuera” para aplicarles una de las tres opciones posibles.

En cualquier caso, como diría Julio Cesar “Alea jacta est”, a sabiendas de que la lectura del prospecto de cualquier medicamento que me tomo me aconsejaría no hacerlo desde el punto de vista de la razón, creo que he hecho lo más conveniente, para mí, para los míos y para esta sociedad en la que nos ha tocado vivir, allá cada cual con su decisión.

Federico Soubrier

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