Me he encontrado este texto buscando entre otros inacabados. Lo había escrito antes de este tiempo de vivires convulsos:
Acabo de ver un cortometraje impresionante de Carlos Iglesias, titulado “Al alba”. Relata una ejecución en época de guerra o de posguerra, da lo mismo. Se muestran las caras de los condenados, de las viudas, del comandante del pelotón de fusilamiento y de los soldados imberbes que apretarán los gatillos. Horroroso.
Está datado en el primer tercio del siglo pasado; pero me temo que se habrá repetido en las guerras posteriores; algo que no puede volver a repetirse. Es una degradación del ser humano, incluso una degradación de nuestra condición de animales: El miliciano espera, el sacerdote reza no se sabe por quiénes, el superior da las órdenes y en poco tiempo sólo quedan en pie los verdaderos desgraciados. No hay nada más terrible que matar por opinión, por bando, por partido y nada más inhumano que firmar esa orden.
El asesinato en nombre de una supuesta justicia es un crimen también, pero demuestra especialmente insensibilidad y creencia de una superioridad moral que se desmonta en cada acto, en cada línea del código que lo autoriza. La maldad existe. Y la estupidez es infinita.
Me reafirmo con dolor en que la película que lo motivó se había centrado únicamente en una de las facetas terribles de la guerra. Ahora, sabiendo que existe Járkov, Mariupol, Leópolis, Donbás y tantas otras ciudades mutiladas, además de Kiev y Odessa, que eran las únicas que me sonaban por referencias culturales, me extiendo en el conocimiento del horror y recuerdo los versos de Miguel Hernández: “Tristes guerras/si no eamor la empresa./Tristes. Tristes./Tristes armas/si no son las palabras./Tristes. Tristes./Tristes hombres/si no mueren de amores./Tristes. Tristes”. Y me atrevo a añadir: inhumanos, despiadados, salvajes.
Y lo comprendo mejor: Los tristes somos todos nosotros.
Juan Andivia Gómez
