Muchas veces me lo pregunto. ¿Para qué? Y no me refiero a los motivos visibles y colaterales que suponen el hecho de escribir y ver publicado lo que escribes: que te conozcan y conocer a otros autores, leer una reseña de tu libro, quizás que te llamen de algún festival o que tengas una firma en la Feria del Libro. No, no estoy hablando de esa pequeña parte que alimenta nuestros egos. Me refiero más bien al acto silencioso, y a veces incluso azaroso, que te lleva a sentarte delante del ordenador, una máquina a la que, en el mejor de los casos, ya le has brindado unas cuantas horas en tu jornada laboral, abrir un documento, ponerle un nombre (que probablemente cambiará con el paso del tiempo) y comenzar a teclear. Tac, tac, tac, tac.
Y ahí no termina la cosa: búsquedas en el diccionario, conteo de sílabas por muy verso libre que una sea, recordar el título del poema que contenía aquel verso que tanto te gustó y que te viene al pelo como cita, no encontrarlo pero encontrarlo meses más tarde, repasar que no haya rimas consonantes, repasar que no haya rimas asonantes, la puntuación, las comas, los puntos, ¿los puntos y comas? Ese adjetivo que no te acaba de gustar, ese adverbio que chirría, ¿los clichés? Leerlo en voz alta. Dejarlo reposar. Retomarlo semanas o meses más tarde. Volver a empezar. Todo esto sin saber si ese poema llegará a formar parte de algo, si llegará a publicarse, si se venderán muchos ejemplares. En fin, no sé si alguna vez oyeron hablar de Karate Nataraj. Este hombre de nacionalidad hindú en 2018 se introdujo en su boca 650 pajitas. Record Guinness. ¿Absurdo verdad? Pues algunos días yo me siento Karate Nataraj cuando me veo peleándome conmigo misma buscando ese adjetivo, aquella palabrita que me falta.
Añadamos a todo esto que la materia prima de la poesía somos los mismos poetas. En el libro “The Dolphin”, Robert Lowell relata su historia personal de desamor y posterior enamoramiento de Caroline Blackwood. Aunque desde el principio de su carrera Lowell utilizaba elementos autobiográficos en sus libros, este colmó la paciencia de sus amigos, hasta el punto que Elizabeth Bishop le reprende en una carta por exponerse de esa manera. A propósito de la poeta americana, ella aseguraba que la poesía debía tener tres características esenciales: precisión, espontaneidad y misterio. Todo esto lo hemos encontrado de una manera feroz en la lectura de “Placebo”, el último libro de la poeta onubense Bárbara Grande Gil.
Aunque ella lo explica bastante bien en la nota final que encontramos en el libro, “Placebo” es un libro dividido en cuatro partes en las que la autora va desgranando en cada una de ellas las distintas relaciones que una mujer de su edad ha podido vivir. En la turbadora “La grieta”, Bárbara cuenta los distintos conflictos que una tiene consigo misma: la identidad, las expectativas, tu lugar en el mundo. En “Dreamers” se trata el tema del amor no solo como un sentimiento saludable, sino también bajo todas sus sombras, con todas sus aristas:
Ella es la araña, yo la hormiga.
Tú siempre la roca.
En la tercera parte “Concierto privado”, Bárbara hace un repaso por sus amistades y otras relaciones. Es aquí donde quizás apreciamos más las referencias musicales de la autora, no solo en las citas y menciones que hace a lo largo de los poemas, sino también en el ritmo interno que envuelve todo el conjunto de versos. Por último, en “Decido y mando” aparece la familia. Es quizás esta la parte más desgarrada y más supurante de todo el libro. Los poemas dedicados al padre y a los padres, a todos los que quisieron tutelarla, dejan el escalofrío instalados en el cuerpo.
Amé a todos mis padres.
Su debilidad se oculta en el fondo de una arruga
que solo se ve desde abajo.
Yo les protejo, crujen, los oigo.
Sigo aquí preguntándome por qué escribo, por qué escribe Bárbara, si es la poesía lo que hace daño o es la vida misma la que nos tiene heridas. Leo en la portada de su libro la palabra placebo en grandes letras negras sobre un fondo beige. Leo la dedicatoria de mi ejemplar. Me dice que ha sudado la camiseta para escribirlo. Sonrío. Creo que ya tengo la repuesta. Gracias Bárbara.
“Placebo”, de Bárbara Grande Gil, está publicado la editorial Renacimiento.