Un clásico del verano: estar de vacaciones y que alguien te pregunte si estás escribiendo algo.
Sueño con alojarme en un hotel lujosísimo y pasarme las horas mirando por sus ventanas como la protagonista de “Lost un Translation”. Luego escribiría un poema imaginando todo lo que no he visto.
La alianza de treinta y nueve librerías en España para que allí donde vayas este verano, te sientas como en casa.
Todo mi amor para la gente que te recomienda bestsellers de autores que no conoces y que tienen más de setecientas páginas.
La dulzura de la nuca del niño que, sentado en el restaurante junto a sus padres, mata el tiempo de espera leyendo un libro.
Volver a leer “El Principito” solo para revivir el entusiasmo compartido con Manuela cuando lo leímos por primera vez con 12 años.
Fijarte en lo que lee tu vecino de sombrilla. Deducir que tipo de persona puede ser por lo que has visto.
Definitivamente no a las fundas para libros.
Clavar la sombrilla. Extender la toalla. Abrir el libro. Que se te acerque una persona a la que conoces para saludarte. Cerrar el libro porque esa conversación vale oro y sabes que este tiempo nunca más volverá, nunca más se repetirá.
Igual el verano se parece bastante a lo que decía aquel personaje de “Paterson”: “Sometimes empty page present most possibilities”