18 noviembre 2024

VENTANA DEL AIRE: Yo, Alonso Quijano (1ª parte)

A la bibliografía sobre la autoría de El Quijote, se suma ahora el escritor granadino Miguel Ávila Cabezas, autor de casi cincuenta libros de poesía, narrativa, crítica literaria, teatro y una extensa producción de diversos géneros, para ofrecernos su novela o metanovela La primera persona (Alonso Quijano, autor del Quijote).

El planteamiento es directo: El revivido protagonista cuenta ahora una parte importante de lo que fueron sus «verdaderas aventuras y desventuras de las que di cumplida noticia en aquellos ajados papeles que me arrebatara la implacable mano de la imprevisión, la mezquindad y el olvido». Existe por tanto un libro por escribir y «el otro», el que firmó un tal Cervantes.

La duda, aunque resuelta, surge del prólogo de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, en el que el mismo Cervantes confiesa que la cárcel de Sevilla, donde se dice que lo escribió, no es el sitio más adecuado para una empresa de tal envergadura y, más adelante, dice: «aunque parezco padre, soy padrastro de don Quijote», tras la conversación con un supuesto interlocutor, del que acepta sus consejos literarios.

Asimismo, en el final del capítulo octavo de la primera parte puede leerse: «en este punto y término deja pendiente el autor de esta historia esta batalla, disculpándose que no halló más escrito de estas hazañas de don Quijote, de las que deja referidas». Y continúa anunciando que, si «el cielo le es favorable», seguirá contando aventuras más adelante. La aparición de Alonso Fernández de Avellaneda no pasa de ser una anécdota de rencillas particulares que propició la verdadera segunda parte.

Hay quien opina, además, que sería un milagro que alguien con escasos recursos bibliográficos y en situaciones precarias muchas veces, consiguiera escribir la mejor novela de todos los tiempos y en un lenguaje limpio, con enormes conocimientos, humor y sátira de la sociedad de entonces.

Pero no es este el objeto de esta recensión, sino el de dar fe de una obra, auspiciada sin duda por estas premisas y por la enorme curiosidad intelectual de su autor que, llena de originalidad, soltura, datos y, sobre todo, con un lenguaje propio de los siglos de oro, hace cabalgar a quien penetra en ella a lomos de Tiranio, que no Rocinante y a enajenarse con las diatribas del autor-protagonista y de su confidente Sancho. Aparecen también las cabalgaduras de este y de Tirante Negro, en vez de ese tal Quijada, Quesada, Quijana o Quijano que aparece en el «otro» libro. (Continuará)

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