18 noviembre 2024

VENTANA DEL AIRE: Yo, Alonso Quijano (2ª parte)

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Los personajes que conocemos, transmutados en Tiranio, Pipilino, en vez de Rucio; Antón Martín por Sancho Panza, mantienen una conversación coral y profunda sobre diversos temas como la hacienda, la ascendencia, los libros, las ventas o castillos, los sueños, los amores, las dulcineas o las carmesinas, de manera que el lector es invitado a participar y a inmiscuirse en las controversias filosóficas y sobre los asuntos de caballería, entre los que destacan las referencias a Tirante el Blanco y, por otra parte, a La Galatea, convertidos en libros de cabecera, de Alonso Quijano, real o imaginario.

Aparecen menciones metalingüísticas y narratológicas y, como si de una fábula continua se tratara, los animales, no solo los equinos, sino el perro, los gatos, el cerdo y el águila disponen de un lugar importante que, junto con otros elementos no animados como la ventana, la puerta, el muro, los olivos o el pozo, nos recuerdan a Lewis Carroll, Borges, Poe y Kafka, entre otros. Porque otra de las técnicas que hay que resaltar es la intertextualidad buscada, el juego de los refranes, el humor y el pensamiento.

Como he escrito en otra ocasión, si las preguntas que surgen al leer la obra de Ávila son que si se trata de una visión original del libro de Cervantes o del propio Cervantes, del que se hace un breve apunte biográfico; de su autoría, de una lectura diferente, de una concatenación de reflexiones sobre los personajes, de una reescritura, de una apuesta por la ficción, por la cultura libresca, por el lenguaje, por una teoría existencial; que si se trata de pararse a dudar de todo, a vernos como entes reflejados en un juego de espejos, como «títeres de un dios cansado y aburrido», si se trata de pensar, de divertirse, de alimentar nuestra curiosidad o, verdaderamente, de metaliteratura; si las preguntas son estas, la respuesta única es sí a todas.

Una de las frases del propio Cervantes en el libro es «yo di la luz a don Quijote y don Quijote me iluminó a mí», por lo que Miguel Ávila o Alonso Quijano intentan explicar las diferencias entre las dos versiones, aunque más que aclararlas establezcan conexiones que solo pueden entenderse desde la hipótesis de que en la vida, al fin, la historia, la verdad, la apariencia o la pura ficción, todos somos personajes de un gran libro real o no, quizá el mismo libro inspirado en manuscritos encontrados al azar, o en versiones rescatadas por Cide Hamete Benengeli, o frente a un espejo, depositario de nuestra identidad.

Miguel Ávila Cabezas propone este viaje a las hazañas, a las dudas, a la verdad y a la ficción, a los problemas existenciales de antes y de ahora, a los ideales, a la inteligencia de todo ser vivo, al ingenio, a la relectura y al disfrute. Todo ello con una acertadísima mimetización del lenguaje, un derroche de conocimientos y la provocación a un lector que toma partido dentro de la obra desde el primer momento.

Frente a lo frívolo y efímero aparece este libro para reafirmar al «otro», El ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes Saavedra, en su privilegio de inmortalidad.

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