La otra tarde recordé cómo era la biblioteca pública de mi pueblo. Por mor de esas extrañas conexiones que las neuronas hacen en el cerebro de los seres humanos, de pronto me fui a un lugar que dejó de existir hace muchos años. Como Marty McFly en “Regreso al futuro” me vi plantada en aquel edificio municipal, que aún existe pero dedicado a otros fines.
La biblioteca ocupaba entonces una habitación rectangular con estanterías llenas de enciclopedias y libros de la Colección Austral, la de los puntitos blancos. Al fondo y elevada en una tarima, había una mesa de despacho donde se sentaba la bibliotecaria, señora y dueña de los libros, jueza implacable, guardiana de los silencios y madre de dragones. En esta visita imaginaria volví a pasear mis dedos por los libros y de inmediato apareció el olor a humedad y polvo que lo invadían todo. Sin duda aquellas estanterías eran el Marina D’Or de los ácaros.
Aquello que el cartel de la puerta bautizaba como “Biblioteca Pública” no era más que un contenedor de libros viejos habitado por preadolescentes que íbamos allí a hacer los trabajos en grupo, el hitazo pedagógico de finales de los setenta. Constantemente éramos reprendidas y reprendidos por la bibliotecaria, que tenía la idea de que aquello debía estar más cerca de la sala de estudio de un monasterio cartujano que del lugar dinámico y motivador en que se han convertido las bibliotecas en el siglo XXI.
Aun así, me hice el carnet de la biblioteca. Aún debe estar por mi casa. Y aunque la variedad no era mucha, gracias a aquellos libros desvencijados disfruté de “Don Álvaro o la fuerza del sino”, “Fuenteovejuna” y probablemente mi primer Shakespeare, que debió ser casi con toda seguridad “Romeo y Julieta”. Zeffirelli tuvo la culpa. Como veis mucho teatro y mucho escritor. Lo primero se debe a que en aquellos años sin plataformas digitales y con solo dos canales en la tele, el teatro desbordaba mi imaginación. Lo segundo a que en aquellas estanterías yo no recuerdo haber visto a escritoras. A las escritoras las leí más tarde, las descubrí más tarde, las reivindiqué desde siempre.
Desde 2016 el lunes más cercano a la festividad de Santa Teresa de Jesús se celebra en España el Día de las Escritoras. Decía precisamente la Santa “Lee y conducirás, no leas y serás conducido”. Y una se pregunta, ¿cómo nos hemos conducido los humanos hasta hoy sin conocer la mitad de nuestra historia? Si nos centramos en la literatura, ¿cómo es posible establecer un canon sin contar con la mitad de la población?
Cuenta Ursula K. Le Guin en la entrevista con David Naimon que se reproduce en el libro “Conversaciones sobre la escritura”, que es muy habitual que una escritora admirada, como su amiga Grace Paley, por mucho que la quiera la crítica, poco después de morir desaparece del mapa y su lugar lo ocupa un hombre.
Casos como el de la estadounidense Lucia Berlin o las españolas Luisa Carnés, Carmen de Burgos e incluso la gran Gloria Fuertes, que han sido reivindicadas como grandes escritoras mucho después de su muerte. La onubense María Luisa Muñoz de Vargas fue la primera traductora de Pessoa en España. Creo que ni tan siquiera tiene una calle en Huelva, su ciudad. La Avenida Muñoz de Vargas honra a su hermano, que fue Presidente del Recreativo de Huelva.
Es una suerte que Wislawa Szymborska llegara al público gracias al empecinamiento de un miembro de la Academia Sueca, que la postuló en 1996 para el Nobel de Literatura por encima de otros candidatos. La celebración en redes sociales del Nobel a Annie Ernaux o Louise Glück por aquellas lectoras que las habían descubierto tiempo atrás dice mucho de cómo la sociedad va por delante de la academia.
Por cierto, sus obras no estaban publicadas en España por ninguno de los grandes grupos editoriales. En estos días visita España la poeta Anne Carson, Premio Princesa de Asturias 2020. Las entradas para los encuentros con la escritora, organizados por la Fundación Centro de Poesía José Hierro, se agotaron en poquísimo tiempo.
Decía Santa Teresa de Jesús que “La tierra que no es labrada llevará abrojos y espinas, aunque sea fértil”. Un estudio de la periodista Mary Ann Sieghart, profesora en el Kings College de Londres, revelaba que de las diez autoras más vendidas en Reino Unido, solo el 19% de sus lectores eran hombres. Sin una reivindicación de las autoras en las aulas, en las bibliotecas, en los catálogos de las editoriales, sin una promoción efectiva de la lectura de sus obras, será muy complicado que las escritoras dejen de habitar la periferia. Tenemos que conocernos, tenemos que leernos.
Ese es el objetivo de “Cerca de la Lettera”. Dediquen unos minutos estos días a descubrir a algunas de las escritoras que aparecen a lo largo de este texto y que, injustamente, nunca estuvieron en las estanterías de aquella biblioteca de mi infancia.