Hay libros de verano y libros que hablan del verano. Entre los primeros siempre hay un best seller de más de 500 páginas. Los segundos es recomendable leerlos cuando todo rastro del verano ha desaparecido de nuestras vidas.
A veces hay que levantar la vista del libro que estamos leyendo, por muy interesante que sea: algunos de mis libros favoritos guardan la marca de una subida de marea inadvertida.
En cuestión de libros yo soy de subrayar, de anotar en los márgenes, de poner las frases que me gustan entre exclamaciones, de enseñar las heridas de guerra.
Qué disgusto me llevé cuando aprovecharon la pandemia para retirar los lapicitos de madera gratis en una tienda de muebles sueca que todos tenemos en la cabeza y a la que no pienso nombrar, aunque todos mis subrayados de libros tienen su patrocino.
El verano más multitudinario de mi vida leí Solas de Carmen Alborch.
Ella solo quiere aprovechar el viaje en tren para leer tranquila y la discusión de una pareja en el vagón no la deja concentrarse, así que decide cambiar de asiento. Al otro lado del pasillo un chico americano le da un poco de palique y le pregunta qué está leyendo. La chica muestra la portada de su libro, Le mort/Histoire de l’oeil de Bataille, y él le corresponde con All I need is Love, la biografía de Klaus Kinski. Antes que por sus nombres conocemos a Jesse y a Céline por sus lecturas.
Dice Orhan Pamuk en su libro Me llamo rojo: “Nunca se me olvida que las historias no se recuerdan con fantasías sino con palabras.”
Kim Gordon y Sofia Coppola en esa foto de tomada por Takashi Homma en 1994.
Señores en bañador y camisa desabrochada que aprovechan el título del libro que estás leyendo para colarte sus teorías conspiranoicas y por qué en esos momentos el vendedor de latas de cerveza nunca está cerca.
Abrir ese libro años más tarde y que aún tenga restos de arena entre sus páginas.