La compañía Silenciodanza, que dirige Nieves Rosales, ha estrenado en Sevilla su última producción con el título «Salvaje».
Mientras el público ocupaba sus asientos, en el escenario ya estaban Daniel Blacksmith, el músico, que tendrá también un papel protagonista y la imagen hierática, alta, fuerte, inmensa, encarnada por Nieves. Ese pedestal representa el papel que le corresponde a la mujer, la realidad de alguien poderosa, que ha de verse encerrada, condenada, reprimida tantas veces y, especialmente, a través de la historia y de la educación, por el simple hecho de ser mujer y de querer ser libre.
Cuando el espectáculo comienza, siempre arropado por la magnífica ejecución musical de Blacksmith, la bailarina se mueve, se expresa, se interroga, interroga, lucha, mezcla danza contemporánea y española y nos hace prisioneros de su misma prisión.
La mujer no ha nacido para ser musa, sino para ser libre y la mayor libertad del ser humano es poder bailar, es el baile.
El cuerpo ágil, liviano, pero poderoso sobre las tablas de Nieves hace que nos sintamos constreñidos en un espacio que no nos corresponde y del que solo puede, podemos escapar a través de la danza, que nos permite ser como somos.
No sé si el arrobamiento en el que entro al compartir sus espacios, desde mi asiento, con Nieves Rosales, Premio Lorca 2024 a la Mejor Intérprete Femenina de Danza, es común a los demás espectadores, pero desde el primer movimiento de manos, la protagonista me invita a integrarme en los sentimientos, en la frustración de Camille Claudel, musa de Rodin, o la pintora y escritora Leonora Carrington, internadas en un hospital psiquiátrico, junto con otras «salvajes», sin comprender por qué, sin entender de qué se les acusaba, preguntando a sus madres qué sucedía y clamando por su libertad.
Por lo visto, el descubrimiento de estas mujeres y el encuentro con Daniel Herrera, conocido en el mundo artístico como Daniel Blacksmith han hecho que esas emociones vuelvan a convertirse en reivindicación y en arte.
A veces pienso que si a quienes bailan se les compara con juncos, no será la propia Nieves el viento que mueve esos juncos, la Eolo, Céfiro, Amaunet, Oreinthyia, Yansan y cuantas diosas del viento haya, quien convierte cada pieza que sueña, prepara, diseña e interpreta en un espectáculo para los sentidos y en el que nunca falta un mensaje universal y feminista.
Tratadas como salvajes, por su inconformismo, quizás por sus respuestas, Silenciodanza convierte esas experiencias, contadas siglos después, en un acontecimiento sublime.