Al igual que la mayoría de los ciudadanos de los EE. UU., que se pueden dividir en dos grupos —demócratas y republicanos—, a los pinos de El Rompido les sucede lo mismo. Hay dos tipos: los de la costa y los del interior. Mientras estos últimos perduran, aquellos que antaño se veían desde las aguas de la ría han sido reemplazados por múltiples y diversas arquitecturas.
En pocas palabras: los ladrillos los han sustituido. Sin embargo, esto no es lo peor. En la actualidad, este fenómeno va acompañado de un ultraje total a los antiguos y legales tejidos urbanos de la zona. Hace tan solo unos días, pasé la vergüenza de presenciar cómo una potente máquina arrasaba un histórico pinar a muy pocos metros de las fachadas oeste de nuestros chalés.
La aprobación inicial del Proyecto Urbanístico “La Galera” permitió semejante barbarie. Nadie con un mínimo de criterio y dignidad puede otorgar una licencia de obras para construir una mole rectangular y compacta de 4.200 metros cuadrados de superficie y mucho más de siete metros de altura sin un solo pino a su alrededor a pocos metros de la tradicional urbanización de antaño, aquella que solo permitía edificaciones de una sola planta.