Podría pensarse que el Partido Popular tiene bien medidos y contados los pasos que faltan de aquí a las próximas elecciones generales. Y probablemente alguna razón tendríamos. De hecho le sacaba casi nueve puntos a los socialistas en el sondeo de Demoscopia realizado antes de los últimos datos del paro, y antes de que la prima de riesgo bajara de los doscientos puntos. Si a estos datos le añadimos que los presupuestos para este año que acaba de comenzar son todavía austeros, pero los del 2015 van a subir muy probablemenbte una barbaridad, llegaríamos a una lógica conclusión: las elecciones se las llevan de calle, y con mayoría más que absoluta además.
Con el país medio arreglado en lo económico aunque hecho unos zorros en lo social, el Partido Popular no es que tenga medidos y calculados milimétricamente los pasos que tiene que dar hasta su próxima mayoría absoluta, sino que para hacerle un descosido importante a la izquierda le bastará invertir la percepción que los ciudadanos tienen sobre su política social, y eso lo conseguirán simplemente con otros presupuestos que ya andan pergeñando, con dinero: “no me digas que no tengo dinero para hacer política”, le espetó Zapatero a Solbes cuando este le advirtió seriamente de que España estaba metida en un lío económico fenomenal. Pues eso.
Zapatero sabía cómo ganar elecciones, pero claro así, largando fiesta como si el dinero lo fabricara en el garaje de su casa, unas elecciones las gana cualquiera. Así ha sido desde el principio de los tiempos, pero algo más complicado es hacer lo que está haciendo Rajoy, que ha apretado el cinturón de los españoles hasta límites insoportables, y encima le saca un montón de puntos a la oposición socialista en las encuestas. Y más complicado aún es hacer lo que están haciendo en las cocinas de la calle Génova, regalar argumentos a los flancos del Partido Socialista para que crezcan otras opciones de izquierda a su alrededor. Eso sí que es ingeniería electoral de alto voltaje, eso sí que es saber trabajarse el asunto no para las próximas elecciones, sino para las próximas décadas. Si el PP consigue fracturar la izquierda, construir tres partidos en lugar de uno, no le harán falta ni nacionalistas ni nada. Ellos solitos se lo guisarán y se lo comerán. Con la ayuda del señor d’Hondt, por supuesto.
Los populares no hacen otra cosa que engordar el discurso radical de Izquierda Unida, en nuestra opinión infantil pero efectista, y ofrecer argumentos incluso a los más moderados de la UPD, que han sabido escalar posiciones gracias a un viejo discurso tradicional de la izquierda casi olvidado, el de mi querida España, esa España nuestra, ay, ay. De este modo, han logrado los populares algo que muestran las últimas encuestas y en lo que los más sesudos analistas del foro no han reparado: a día de hoy la suma de los votos de IU y UPD (24,5%) es mayor que la de quienes se muestran dispuestos a votar a lo que está quedando de lo que fue el PSOE (24,4%). De momento ganan los alrededores, pero de continuar así la cosa, y los actuales dirigentes socialistas no dejan divisar otra cosa muy distinta a la actual, la tendencia puede, como poco, estancarse en estos números. De ello se ocupará, o se está ocupando el Partido Popular. Son unos malabaristas prodigiosos.
Los socialistas podrán seguir siendo el segundo grupo parlamentario y primero de la oposición por número de escaños, a pesar de que no contarían con mayor número de votos que la suma de los dos partidos que ocupan los flancos que han dejado tan descubiertos a sus lados. Y si esto es así ahora, cuando empiecen a dar resultados más palpables las políticas de austeridad del Partido Popular, cuando los presupuestos permitan más alegrías sociales, no les quepa duda de que muy probablemente se habrán estrechado bastante las ventajas que tradicionalmente el PSOE ha tenido sobre el resto de partidos de la izquierda. De ahí que la estrategia política de los populares no va encaminada a ganar las próximas elecciones generales, que también, sino que está centrada en dos cuestiones fundamentales, una reunir en su urna el voto de toda la derecha, y otra que el voto progresista se reparta entre tres o entre las opciones que hagan falta. De ese modo les salen los números para ganar ahora y hasta para quedarse, que ganas no les deben faltar.