Puedo decirte que no te llevarás de mí ese minuto de silencio que los del sillón lapa han dedicado a Rita, que no celebraré tu final brindando en tu nombre con champagne y que tampoco me alegraré de que te hayas ido.
Nadie te podrá quitar el que hayas marcado un hito en la historia; está claro que estableciste un antes y un después y que por siempre tendrás tus páginas personales en los libros de historia.
Todo tiene una razón. Fuiste un idealista al que en su momento no le importaba morir por el pueblo, por la revolución, y si te hubieses ido a tiempo, como el Che a morir en Bolivia, habrías quedado encumbrado como él, como un semidiós, ahora te vas como un hombre dual: un revolucionario y un dictador.
Indudablemente, vosotros fuisteis un ejemplo para toda Latinoamérica, la que aun anda renqueando entre el quiero y no puedo, pero te equivocaste, te sucedió como a todos estos líderes de poca monta a los que vamos sobreviviendo. No te puedes imaginar lo que te identifico con otros políticos cuando oigo sus discursos televisivos recuperados de videoteca y que engañaron a tanta gente, no puedo evitar sentir vergüenza ajena. No sé qué os pasa, aunque lo he estudiado, y debí aprendérmelo, porque aprobé. Partís de unos ideales que impulsan al pueblo a dejarse la vida por vosotros y termináis inmersos en un hedonismo histriónico de mierda que os hace creeros que sois deidades.
Te convertiste en un dictador al que las autoridades españolas no tuvieron el menor pudor en lamer el culo una y otra vez, quizás amparadas en que tenías un buen porcentaje de sangre española o en que el setenta por ciento de los hoteles cubanos procedían de nuestra inversión, pero aquí jamás te faltó tu corte de meapilas.
En tu obcecada y ejemplar lucha contra el imperialismo pusiste en jaque a casi una docena de presidentes estadounidenses, a la vez que guardaste tres días de luto nacional por la muerte del caudillo. Casi destrozas el mundo con tu crisis de los misiles, sobreviviste a cientos de conspiraciones encaminadas a terminar con tu vida, pero te olvidaste de tu pueblo y eso fue lo que te perdió.
Te tildan de magnífico orador capaz de proyectar discursos de cuatro, nueve o doce horas, cuando hasta el más lelo del pueblo sabe que a partir de los veinte minutos no te hace caso ni el micro, solo los que se ven obligados temiendo por sus negocios, su libertad o sus vidas.
Supe cuando leí la anécdota de que en la universidad te dijeron que “no tenías cojones de estamparte con tu bicicleta contra una pared” y para demostrar lo hombre que eras perdiste el conocimiento con el choque, que no andabas bien, pero “al Cesar lo que es del Cesar”. D. E. P. y que Cuba sea por fin libre, que tenga todo aquello que tú, en principio, querías para ella antes de perder el norte.
Me despido con una mera complicidad, siempre coincidiré en algo contigo “Viva la revolución” o, al menos, su germen.
Federico Soubrier García
Sociólogo y Escritor