(Texto: Paco Velasco) …Es violación. A tenor de la interpretación del Ministerio Fiscal, sí. En la interpretación de cientos de miles de personas, sí. A la vista de los argumentos del dos miembros del tribunal, no. A la luz de las palabras de un tercer magistrado, tampoco. No olvidemos que la democracia es el sistema político que otorga al pueblo la soberanía y su derecho a elegir y controlar a sus gobernantes.
Pero, ojo, siempre bajo el imperio de las leyes. A todos los ciudadanos que nos sentimos agraviados por la sentencia contra la manada, nos repugnan esos individuos estén, o no, plenamente acreditados los hechos que se les atribuyen. Lo que pasa es que no tenemos constancia de la gravedad de la intimidación a la víctima, de la violencia inherente, ni si hubo, o no, consentimiento. A pesar de estas carencias cognoscitivas, la indignación nos lleva a linchar a los individuos condenados en primera instancia por los jueces. Nos entran ganas de colgarlos, de cortarles los güitos y, como mal menor, aplicarles la perpetua.
Si fuera por ganas, dónde estarían los pederastas asesinos o los terroristas criminales. Por cierto, dónde se han manifestado contra estos sujetos los cientos de miles de personas que hoy quieren tomarse la justicia por su mano. Y por qué muchos de estos dioses que dan y quitan vidas consideran que los apaleadores de Alsasua no son sino autores de un pequeño abuso de superioridad contra dos pobres guardias civiles. O la masa/horda independentista que asedió la Consejería de Economía de la Generalitat se cabrea contra quienes les acusan de violentos cuando ellos, pobrecicos, se elevan a la categoría de hombres, y mujeres, de paz.
No es abuso, sostenemos. Es violación, creemos. En todo caso, pensemos. Las garantías del sistema permiten revisar las sentencias. Lo que no vale es que veamos la violación más sangrante en unos casos y un pequeño abuso en los maleantes cobardes que, amparados en la horda, apalizaron a dos ciudadanos honrados. Lo que es inadmisible es que una parte del pueblo soberano se crea que la otra parte del pueblo es un conjunto de parias. La ley del embudo es propia de sociedades primitivas. De continuar por este adarve mental, acabaremos con la ley del talión. Pues nada, retrocedamos. En román paladino: vamos de culo.