(Texto: Juan Andivia Gómez) Como parece imposible que sepamos la ideología de cada uno de los componentes de nuestros grupos de wasap y mucho más aún que se dejen de hacer “memes” en twiter, facebook y otros, creo que sería el momento de salirse de todos los grupos y anular las listas de difusión y las formas de compartir; pararnos a pensar y recuperar el afecto y el respeto que estamos perdiendo con esta manía desenfrenada de mostrarnos, casi siempre como lo expresan los demás.
Me refiero a las gracietas que ruedan y ruedan y rodarán, especialmente ahora que se reaviva, inconscientemente espero, aquellas dos (o más) Españas que ha de helarnos el corazón.
“No existen hechos, sino interpretaciones”, escribía Nietzche, afirmación que ha sido corroborada por otros pensadores y, sobre todo, por numerosas evidencias. Pues bien, en este momento, en que no ha habido ni habrá manera de convencer a los políticos del pepé de nada distinto a lo que han dicho en el menospreciado parlamento; ni a los partidarios de la moción triunfante de cualquier argumento o su opuesto (tengan en cuenta que está Tardá); en este momento en que el españolito informado se siente indefenso, sean sus fuentes cuales sean; ahora es la ocasión de presentar una moción de censura contra las redes sociales, con dos candidatos: el sentido común y la paciencia.
Propongo reiniciar nuestros contactos, mirar de qué o quién vamos a mofarnos (si fuera el caso) y recuperar a los compañeros de trabajo, de deporte, de estudios y profesión, de clubes y asociaciones, a los familiares, a los amigos de siempre; y seleccionar la imagen, la estupidez o el chiste fácil que los muy ociosos perpetran en circunstancias como las actuales; y siempre.
He visto discusiones absurdas entre personas que tenían en común únicamente el conocimiento de su número de teléfono, pero que se habían caído simpáticas o se habían encontrado en un pasado o en un evento que les unía. Y es que con esta fiebre revanchista, divisora y patriótica las diferencias, verdaderamente insondables, han aflorado y, ahora, unos y otros quieren reírse de lo mismo o apoyar lo mismo. Y eso no es posible.
Las redes han conseguido separar a los cuñados antes de Navidad, han convertido en comentaristas ilustrados a quienes sólo se mueven en estos ámbitos y han dejado al aire las vergüenzas de cada cual, además de las opiniones.
Por esto, sería conveniente plantearse para qué se pertenece a un grupo virtual, de la misma manera que nos lo plantearíamos si tuviera una sede y una presencia físicas, porque lo que está ocurriendo, al menos en mi caso, es que empiezo a arrepentirme de formar parte de los clubes que han admitido como socios a alguien como yo, que es lo que decía Marx, Groucho, claro.