(Firma: Carmen Ramos) Una de las cosas que más me gusta hacer, siempre que puedo, es visitar museos. Para mí son siempre una fuente de inspiración, de tranquilidad y de conocimiento. Guardo en mi memoria obras, momentos y también silencios vividos entre sus paredes. Porque, a excepción de algunas exposiciones que llegan a convertirse en auténticos e inauditos fenómenos, los museos suelen ser lugares bastante silenciosos. Reconozco que tengo debilidad por el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo. Visitarlo los sábados por la mañana es para mí un pequeño placer que de vez en cuando me concedo. Me encanta disfrutar no solo de sus exposiciones sino de todo el conjunto, pararme a contemplar el viejo ombú que cuenta la leyenda plantó el hijo de Cristóbal Colón, pasar el dedo por los azulejos que cubren la entrada de la pequeña capilla o alzar la vista para ver como las chimeneas de la antigua fábrica de cerámica intentan hacerle cosquillas al cielo. A finales de 2015 una de sus exposiciones llamó mi atención: “El gran silencio”. En torno a la película del mismo título de Philip Gröning, que cuenta la vida cotidiana de los monjes de la Grande Chartreuse, una serie de obras clásicas y contemporáneas dialogaban acerca del silencio, un concepto tan deseado y a la vez tan desconocido. En la poesía japonesa existe una palabra para definir el silencio dentro del poema: “kireji”. Y es que si en alguna disciplina artística es complicado hacer el silencio es en la poesía. No siempre se consigue y no siempre se consigue bien.
Es una suerte por lo tanto encontrar a poetas como Charo Prados. Profesora de secundaria en un instituto sevillano, con su primer poemario “Como un espejo roto” ganó el Premio de Poesía de la Universidad de Sevilla en 1983. Su segundo libro publicado en 1997, “El aire detenido”, ganó la tercera edición del Premio Ciudad de San Fernando. Por su siguiente libro, “Tan alta soledad” le fue concedido el accésit del XVI Premio Internacional de Poesía Rafael Alberti y en 2009 recibió el XXXV Premio de Poesía Rafael Morales por “Todos los fuegos”. De 2010 data su último libro publicado: un libro de relatos con el nombre “La carpa de oro”. En “El aire detenido” recoge poemas escritos entre 1979 y 1996. Ante la urgencia de la vida y del mundo editorial, Charo Prados le hace sitio al silencio.
Dice la poeta en el prólogo de este libro que “podría definirse (el poema) como un lienzo en el que el poeta intenta reflejar, ahondándolo, el azogue del espejo que es su propio yo, el más íntimo”. Como en una pintura, los poemas de Charo Prados están hechos a base de silencios y a su vez proyectan silencio. “Escucha este silencio” es el contundente final de un poema de paradójicamente, ruidoso título: “Un tambor, un son, una maraca”. Dividido en dos partes, “De presencia y de uva” y “O siquiera silencio”, este libro contiene poemas de corte clásico como el que da título a la primera parte o el sensual “Ofrenda”, versos contundentes como “todas tus palabras saben a despedida”, “el amor es un deseo de venganza”, “He estado en el infierno y recuerdo su hoguera” o “La muerte no es posible”. Huye sin embargo la poeta de la grandilocuencia con la que algunas veces tratamos los grandes temas: la muerte huele a azahar en “Despedida” y la pasión se conjuga con la lluvia en “Muchachos del Sur”, en la derrota preferimos elegir la inocencia de “Profesión de fe” o vivir “en la urdimbre amable” de “Las cosas pequeñas”.
Ahora que recién estrenamos un nuevo calendario y nuevos propósitos, quizás tendríamos que hacer un hueco para incluir uno más:
Si yo fuera la música o el viento,
o esa roca rojiza que en mis sueños vislumbro
vertical y desierta mirándose en un lago.
Si fuera solo el sueño, su densidad de lluvia.
O siquiera silencio.
“El aire detenido”, de Charo Prados está publicado por la “Editorial Renacimiento”.
