(Firma: Emilio Marín) El silencio y el sol cubren la prolongada avenida de Manuel Siurot. El Conquero, mayestático, mirador de Huelva, que oculta secretos y acoge a los vecinos, es un mundo lleno de eucaliptos, pajarillos y aire salobre de la Ría, hoy, mudos ante el coronavirus que nos amenaza.
Las calles, vacías, desnudas ,deshumanizadas… sorprenden.
He salido al supermercado, donde entre cremas, guantes y mascarillas que no se encuentran, he hecho la compra necesaria entre personas distantes y miradas esquivas. Algunas todavía dicen “buenos días”. Pero aquí, el balcón lo es todo, junto al ordenador y televisor. Ventanas al mundo para un tigre enjaulado.
Libros, discos, pelis, un búho de Bahía, un troll de Bergen, una Parker inclinada en un vaso de té de Marraquech… Los pasos que recorro la estancia, los cuadros traídos de viajes y un despertador grande que marca siempre las once menos diez, me llevan al balcón. Dos gorriones se disputan un trozo de pan que he tirado. El coker de caramelo de la vecina pasea y ladra buscando un compañero; un coche de la policía vocifera a toda velocidad; las luces intermitentes de la farmacia anuncian su vigilia, al igual que estancos, kioscos de prensa, alimentación, gasolineras…los servicios esenciales en marcha.
Me siento delante del televisor. Las cifras se suceden de contagiados y fallecidos. Mientras en los hospitales, médicos y enfermeras , luchan denodadamente ante un enemigo invisible. Ante una sanidad pública destrozada por los recortes de un neoliberalismo salvaje que dinamita el Estado de Bienestar (sanidad, enseñanza, pensiones, dependencia) que varias generaciones han construido con sacrificio, y que ponen patas arriba lo más frágil de la sociedad.
La solidaridad de los españoles y de los onubenses es fantástica, desde los aplausos a las veinte horas a los sanitarios, a los conciertos de ópera, la Salve de Francisco Millán, el restaurante de carretera El Hacho, que en un camión ofrece alimentos y bebidas gratuitas, un grupo de voluntarias confeccionando mascarillas y guantes en Zufre…Todo un ejemplo ciudadano que se multiplica en cada lugar.
Cuando pase la pandemia habrá que reconstruir el país y el modelo productivo para hacer frente a una economía de post-guerra, que tenga como centro a la persona y no el capitalismo destructivo.
La persona como eje del cambio de valores y modelo vida que nos haga más humanos y ahorrativos, lejos de un consumismo banal, de catastrofismos y falsos profetas. Somos una sociedad culta, europea y estructurada y podemos lograr ese salto a un nuevo estadio. Eso sí, recuperando a los parados, empobrecidos, pymes, autónomos, el medio ambiente… que sufren este golpe. Y escuchar las voces que algunos quieren silenciar: es necesario ampliar las inversiones públicas y privadas en investigación para encontrar vacunas y soluciones al cáncer, al Alzheimer…Para mantener, en resumen, la esperanza en la ciencia.
Después de esta guerra, recordaremos a Pablo Neruda: “Nosotros, los entonces, ya no somos los mismos”
Y no sean ustedes egoístas. No guarden los abrazos y besos en los abrigos, que pronto los sacaremos para los encuentros.