Hola Andrés:
No me extraña que te sorprenda tanto recibir esta carta, sobre todo si proviene de tu mayor enemigo, aquél al que le bailaste la novia hace más de cincuenta años y te odia tanto que se casó con su hermana para poder amargarte la vida en comuniones, bodas y bautizos a los que teníamos que acudir todos juntos. Cuánto me alegraba fastidiarte en todos aquellos eventos.
Mi única y principal misión era joderte, ponerte al borde del infarto, sentir como fallaba tu respiración y temblaban tus manos, aquello me daba vida, me hacía rejuvenecer, ¡qué alegría!
Sé que habrás tenido tiempo de arrepentirte una y mil veces, ya que Lola, antes de abandonarme por cascarrabias, me contaba tus discusiones con Amparo, que también se las traía. No sabes la ilusión que me hacía, la obligaba a repetírmelas continuamente, mientras me fumaba un habano y me tomaba un carajillo en el más profundo de los deleites.
A veces sueño contigo, blandiendo tu bastón con intención de abrirme la cabeza y, te aviso, me estoy haciendo uno de cedro, poco a poco, a base de navaja y lija, con cabeza de dragón por si se tercia calentar tu boina. Espero no tener que usarlo, pero nunca está de más medirnos de igual a igual en la contienda. Confieso que eres un tío culto, locuaz, irónico, satírico y con cierto punto de inteligencia, campo de batalla en el que siempre te derroto, convirtiéndote en un ser irritable e irascible aunque puedas tener razón, eso me da igual; por cierto no soy del Madrid, ya sé que te sorprende, soy del Recre, la cuestión era discutir y hacerlo con el mejor enemigo que se pueda desear, para amargarlo y desgraciarle la vida. Con mediocres no vale la pena perder el tiempo, contigo sí, jorobarte a cada minuto me daba placer viendo cómo se te hinchaba el cuello y se te salían los ojo de la órbitas.
Yendo al grano, los dos estamos en el grupo de riesgo de este confinamiento, ese por el que se ha aislado la gente para intentar salvarnos a todos, a ti, a mí y a esos miles de pobres que se han ido desamparando familias, por los que otros muchos se han matado a trabajar, y lo siguen haciendo incluso arriesgando sus vidas. No sé cómo se le podría agradecer a tantos, yo diría a todos, que se hayan volcado por otros. ¡Qué extraordinario país!
No salgas a la calle Andrés, quédate en casa, y si tienes que salir hazlo con guantes y mascarilla, lleva la lista del súper y acaba pronto, no des vueltas y vueltas como si hicieras el inventario, no te entretengas con la cajera que está trabajando, no te acerques a nadie a menos de dos metros, ni se te ocurra tocarte la cara y lávate, lávate, gasta jabón coño. Compra para la semana, no salgas todos los días, no te agobies con las noticias, escúchalas una o dos veces, entretente leyendo o viendo películas, haz ejercicio y fuma menos, que no te salvan ni con respirador, la tos ya la tienes de siempre, no añadas más síntomas, estate en casa, no salgas.
Sé que también me odias, y no me extraña, nos han echado a los dos de bares, del hogar del pensionista y hasta de una iglesia, siempre por pelearnos, pero me planteo el problema y solo me da tres soluciones, que nos muramos los dos y quedemos en tablas, que se salve uno, da igual el que sea, menudo aburrimiento, o que sobrevivamos juntos para poder decirte lo tarado, impresentable, y lo zopenco que eres cacho perro.
No te preocupes que yo me cuido, me lavo, me vuelvo a lavar, me quedo en casa, no salgo y si tengo que salir pues con más cuidado que un astronauta y después más limpio que un jaspe, pulcro para cuando pueda volver a cagarme en ti y ponerte a parir.
Bueno Andrés, ni medio saludo, que vivo para joderte, que te cuides y no salgas por lo que más quieras.
(Firma: Federico Soubrier)