(Firma: Federico Soubrier) Ayer me temblaron las jarcias al ver a tu hija llorar, ¿dónde andas capitán?
Me estremecí cuando me acarició de proa a popa e hizo girar mi timón, igual que tú aquella primera vez, pero tu mano era firme, llena de vida e ilusión, la suya no, la sentí fría y triste, vacía diría yo, ¡me preocupé capitán!
Algo va mal, pero no mal de aquél en que partimos el palo y cayó la arboladura, ni mal de cuando el camarote se inundó, ni como cuando nos buscaron en el estrecho, ni en aquel amago de incendio o la vez que el viento nos robó la carta de navegación, ¿pasa algo capitán?
Echo de menos la mala mar, esa que nos gustaba a los dos, solos, juntos sin reloj, cortar las olas de un tajo o machacarlas a hachazos según pidieran las tandas, foque o génova y mayor, todo el trapo y rumbo fijo, o a veces solo bailar con delfines juguetones, ora babor, ora estribor, respondiéndote como el corcel a la brida, sintiendo la escota en tu mano que me daba vida al aumentar la tensión, haciendo que me escorara, momento en el que aprovechaba para rociarte con sal, milla a milla, para después trasluchar y hacer girar el compás volando sobre las aguas entre flechas de alcatraz.
Nómada me pusiste sin importarte el mal fario de borrar el nombre anterior, y en esas anduvimos por los desiertos mojados, mar, océanos y ríos, ahora arrancas y ahora viras, explorando día a día, aquello sí, cuánto odiaba yo el pescar, quería viento, nubes, lluvia, tormentas, truenos, relámpagos y toda el agua de mar, para surcar y volar, tú disfrutabas, yo más, ¿no volverás capitán?
Llegada la hora, cuando ya te tocase zarpar sin retorno, me hubiera gustado lanzarnos en la tormenta contra una ola que fuera un muro, navegando a toda vela, y antes de partirla rompiéndonos en dos, que me largases el ancla, ya me encargaría yo de que fuésemos al fondo burbujeando hasta topar en la arena, recostándonos de un lado y tras un mal breve momento, tiempo infinito sin tu aire, compartir ya, por siempre, espacio con corvinas, sargos, bailas o lubinas, doradas, pargos, meros solitarios, algún que otro dentón, sin duda un congrio con su morena, boquerones en cardumen, un verdoso bogavante y adornos de estrellas o caracolas al gusto de mi patrón. Entonces seríamos un pecio, de nuevo y, para siempre, juntos los dos, sintiendo cómo las mareas transitaban nuestro interior.
Mal me encuentro apresado en la cuna de esta maldita marina seca, a espaldas de este maravilloso puerto blanco y azul, deseando volver a flotar; se me antoja que te has ido en algún maldito hospital, espero que no te dejen en tierra y al menos poder llevarte, veloz, pero sin prisas, en tu última travesía para fundirte en la mar, como mereces, como querías, y despedirte llorando con mi sirena fría el último “hasta siempre capitán, navega en paz”.
Dedicado a esos navegantes que en tierra no sabían andar y fallecieron lejos de la mar, también a mis veleros Nómada y Truhan.