(Firma: Juan Andivia Gómez) Hace años que temo que vayan a prohibir la representación habitual en noviembre de Don Juan Tenorio, la obra de José Zorrilla. Menos mal que estos revisionistas no son muy leídos y no tienen tiempo de ocuparse de todos y cada uno de los personajes reales o ficticios de nuestra Historia. Pero no quiero dar ideas.
Es que un tipo que se dedica a meterse en líos y a humillar a las mujeres; que es promiscuo no por placer sexual (que sería, yo qué sé, ¿pasable?), sino por el gusto de dominar y de faltarle el respeto a sus compañeras, a las que colecciona y enumera; que es astuto y mentiroso, egoísta y pendenciero; y que no cree ni en el más allá, no sé si sería apto para esta sociedad de iguales, respetuosos y respetuosas.
En su época triunfó sobre todo por la fama del autor y por su estructura de drama religioso, fantástico, humano, fantasmagórico, sobrenatural y, en cierto modo, ejemplar, en el que la piadosa Inés ejerce de mediadora entre el pecador irredento y Dios; y porque tenía el final que la sociedad deseaba.
Así que menos mal que se sigue programando en los teatros que quedan y, aunque parezca mentira, podemos aprender lo que no se debe hacer, lo que no nos gusta, y que retrata perfectamente a una clase de individuos que ya en el siglo XVII aparecían en la obra de Tirso de Molina El Burlador de Sevilla y Convidado de piedra, donde se podía leer: “El mayor gusto que en mí puede haber/ es burlar a una mujer y dejarla sin honor”.
Por desgracia, aún quedan ciertos homínidos que, mire usted por dónde, encuentran demasiadas veces a sus doñainés, no en conventos pero que, como si de una maldición se tratara, esperan el siguiente nivel de un juego macabro.
Algunos estudiosos, como Gregorio Marañón, escritor y médico o viceversa, hablan de un perfil biopsicosexual del Tenorio, por su inmadurez y por su conducta de escasa virilidad en el fondo que, como arquetipo, ya lo siguieron Corneille, Molière, Rostand, Lord Byron, Dumas, Bernard Shaw y Valle Inclán, en literatura y Mozart, Chopin, Beethoven, Liszt, Schumman y Paganini, en la música; por no citar a los Casanovas, Bramonines, Dráculas, Mañaras y otros similares.
Defiendo esta obra por la rebeldía y altivez de su personaje, que no es consciente de su crueldad, como ha ocurrido con individuos de todas las épocas y porque volviendo a Marañón: “Don Juan me interesa, no ya como ejemplar de una variedad de la fauna amorosa sino, ma?s que todas, por su prestigio de mito; por haber sido manantial de tantas creaciones literarias; por el mismo equívoco espejismo de su personalidad”.
Defiendo su representación porque defiendo la dramaturgia, la ficción que nos completa y el aprendizaje a través de los que somos y de lo que podemos ser; porque me enseña con valores inversos, porque me hace recuperar la historia, porque consigue convencerme de que se puede escribir teatro con una rima fácil y sencilla (distinto es si nos gusta o no); porque, en realidad, don Juan es un pobre diablo que, ante su complejo de inferioridad, intenta destacar subiéndose en otros. Y todo eso puede aprenderse o recordarse y si, además, lo interpretan el galán casi maduro con una voz espléndida y la joven novicia, pues mire usted qué bien, qué hora y media de teatro de siempre, o qué rato de lectura tan alienante y agradable.