- He viajado en helicóptero.
- He cenado con una actriz ganadora de un Goya.
- Uno de mis libros aparece en el catálogo de la Biblioteca de Nueva York.
- Heredé un reloj de cadena de mi tatarabuelo.
- Nunca había leído a Blanca Varela.
Durante el confinamiento se hizo viral en las redes sociales una especie de juego o reto, que básicamente consistía en escribir cinco afirmaciones, de las cuales una era falsa y el lector tenía que adivinarla. Yo nunca acertaba, porque siempre le daba a la más disparatada y esa, precisamente esa, era siempre verdadera. Y bueno que te pase eso con un influencer al que solo conoces de sus fotos de viajes envidiados y sus filtros con maripositas mientras te cuenta que su perro ha dicho guau y no sabe si llevarlo al veterinario o no, vale. Pero que te pase con tus amigas, con las que hacía un mes te habías tomado desenmascarada la última caña o con tus vecinos con los que salías al balcón a aplaudir a las ocho en punto, eso ya era más raro. ¿Cuántas vidas tiene la gente? ¿En cuántas realidades somos capaces de habitar?
De las afirmaciones que encabezan este artículo, ¿Cuál diríais que no es verdad? Os dejo una pista: esa que estás pensando, no es. Efectivamente, yo nunca había leído a Blanca Varela hasta el comienzo de esta primavera. A pesar de ser una autora de calidad indiscutible, parte del canon de la poesía del siglo XX, citada en multitud de ocasiones y de que en mi estantería languideciera un ejemplar que me habían regalado por mi cumpleaños, nunca hasta que tuve que pensar cómo pasar una hora, tres días a la semana en una sala de espera, había leído a Blanca Varela. Acerté con la compañía y me quedé tan prendada del libro elegido, que me permito en este “Cerca de la Lettera” saltarme una de sus normas: el libro del que hoy quiero hablar es una antología editada por un gran grupo editorial. Pero al igual que hay autoras que han caído en el olvido con el tiempo, tengo la impresión de que la poeta peruana pertenece a ese grupo de escritoras que es más citada que leída, más conocida que comprendida.
Bajo el título “Y todo debe ser mentira”, la poeta Olga Muñoz Carrasco selecciona y prologa esta antología que aglutina sesenta y siete poemas escritos por Blanca Varela a lo largo de su vida. Dice la prologuista acerca de la autora que “La poesía de Varela avanza como una espiral”. Y esa afirmación es un vaticinio de cómo nos vamos a sentir tras la lectura de las primeras páginas del libro. Poemas como “Puerto Supe” (Voy de noche hacia la noche onda) o “Epitafio” (Esto es hoy/ algo perdido) o el Vals del Ángelus con versos terriblemente largos que no parecen acabar en ningún lugar, requieren alta dosis de concentración y agudeza por parte del lector para poder encontrar mínimamente las referencias, los juegos de palabras, toda la lírica que por herencia familiar ya habitaban en Blanca Varela:
Muerte fluyente y olorosa. Gran oído de dios. Poesía. Silenciosa algarabía del corazón.
Pero llega un momento en el todo se hace fácil y lírico y vas caminando y te reconoces en esa mujer que afirma Llevar la decrepitud como una flor y que se define como Un animal que no se resigna a morir. La ternura nos invade ante esta desconcertada madre del poema “Casa de cuervos”:
porque te alimenté con esta realidad mal
cocida
por tantas y tan pobres flores del mal
por este absurdo vuelo a ras de pantano
ego te absolvo de mí
laberinto hijo mío
Dice también Olga Muñoz Carrasco que la poesía de Blanca Varela “es de una coherencia casi inexplicable”. Porque por muchas vidas que vivamos, por muchos personajes que nos acompañen, por muchos mundos que creemos, no hay nada que haga más sólida una poética que la honestidad.
¿Falta de amor
o haber mirado demasiado
como una estúpida,
fija pupila
de cuarzo
el mundo?
Ahora lo sé: yo siempre fallaba en el juego de adivinar la afirmación falsa, porque quizás no seguía el consejo que Blanca Varela nos dejó en esos versos finales de poema “Alla Prima”.
“Y todo debe ser mentira” de Blanca Varela (Selección y prólogo de Olga Muñoz Carrasco) está editado por Galaxia Gutemberg.