Parafraseando a Henry James, me atrevería a decir: Cine de verano, para mí las tres palabras más hermosas del idioma.
Se han puesto de moda los estrenos en verano, pero hubo un tiempo en que en el que el periodo estival se destinaba a ver aquellas películas que se te habían escapado de la cartelera en invierno.
La sudadera que te llevabas para la noche de cine de verano como elemento principal de una mitología veraniega.
Hechos importantes de mi vida que van ligados al cine y al verano y no son mi primer beso, como por ejemplo la única película de terror que he visto en mi vida.
¿Tú también viste aquella primera versión de Dune, la de David Lynch, y no te enteraste de nada?
Aún me pregunto que tiene Antes del Amanecer para que casi treinta años después siga gustándome tanto. ¿El verano? ¿El viaje? ¿La determinación de Céline? ¿La belleza de Viena? ¿La mirada miope de Ethan Hawke?
Películas que vi en verano y que me ayudaron a comprender el mundo: Top Gun, El día de la bestia, El Increíble Will Hunting, Yesterday y La Virgen de agosto.
Robert Redford y Barbra Streisand posan en la playa felices e inmensamente bellos durante el rodaje de Tal como éramos. Si cierro los ojos en mi cabeza suenan los primeros compases de Memories.
¿Hay algo peor que un spoiler? Sí: que lo perpetre el miembro más joven de una familia comedora profesional de pipas de girasol.
El cine de verano huele a palomitas. Pero también a bocata de mortadela.
Hay rituales que no deberían desaparecer. El streaming es muy cómodo y hasta bastante más barato que el cine, pero esa liturgia que comienza con ¿Vamos esta noche al cine? nunca debería perderse.