No todos los veranos se parecen, no todos los veranos son iguales: reconozco que escribo desde una posición de privilegio que otros no tienen. Hay quien no puede ir a la playa, quienes no pueden ir al cine, quienes no pueden poner el aire acondicionado o el ventilador todo lo que les gustaría, quienes están hartos de que en su barrio salte la luz cada dos por tres.
Veraneo en un lugar donde el postureo es apreciado como la mamarrachada del siglo XXI.
Veraneo en un lugar donde la gente saca el televisor a la terraza.
Veraneo en un lugar donde seguimos quedando «en el pino».
Pasar el verano en una playa familiar es tener un máster en diversidad: diversidad de cuerpos, diversidad de acentos, diversidad de entretenimientos, diversidad de estilos de natación.
En las fotografías que Leroy Grannis hizo en la zona de Venice Beach durante los años 60 y 70 descubro una falta de pose, una relajada naturalidad que percibo ahora mismo como un paraíso perdido.
Estar de vacaciones para desconectar. Bajarte el móvil a la playa y pasar toda la tarde en un scroll infinito.
Descubro que mi vecina de sombrilla lee a Mary Beard. Ahora quiero saberlo todo sobre ambas.
Para mí un verano atípico sería un verano sin libros. Siempre han estado unidos a mis vacaciones incluso antes de aprender a leer.
“Antes del amanecer” es una colección de personajes singulares. Mi preferido sin duda es el poeta que a orillas del río asalta a Jesse y Céline. Me pregunto si publicaría algún poema, si ganó algún premio, si reseñan sus libros en los suplementos culturales o si por el contrario se sacó unas oposiciones y está a punto de jubilarse del instituto en el que enseña literatura a unos chavales más interesados en cualquier tiktoker que en Lorca.
“Era una aburrida noche de noviembre”. En Villa Diodati, a los pies del lago Leman en Suiza, en el verano más extraño de todos, donde las tormentas no dejaban de sucederse día tras día, surge la imponente figura de Frankenstein en la imaginación de Mary Shelley.