(Texto: Javier Berrio) Una persona que comienza el proceso de liberación de los malos tratos psíquicos –supongo que los físicos debe ser parecido-, se encuentra en una situación inaudita porque, en general, el maltratador se ha encargado tanto de hacer depender a su víctima de sus deseos, de su mera presencia, que existe un lazo ciertamente fuerte entre los dos. La mentalización de que ha de llegar el olvido únicamente se podrá mantener con la esperanza cierta de que al final del largo túnel de la deshabituación, vendrá la libertad y la tranquilidad. Y digo deshabituación porque, el funcionamiento de la relación persona maltratada-maltratador, es similar al de una adicción: los maltratados dependen emocionalmente de quien les ha tratado mal, como cualquier adicto a su droga. Aviso que empleo el masculino como plural genérico a hombres y mujeres.
Es curioso cómo un maltratado, que ve cómo su vida se desmonta completamente y que su pensamiento solo gira alrededor de quien se lo está haciendo pasar mal, a quien por cierto ha entregado todo el poder de su felicidad e infelicidad, no se da cuenta de este hecho hasta pasado el tiempo, cuando la seducción ha calado hasta el tuétano. A partir de ahí y hasta que la víctima comprueba que está en tierra de nadie, aislado, haciendo auténticas barbaridades por sobrevivir; abandonadas sus actividades habituales, torturado por la obsesión y defendiendo aquello que cree suyo aunque le mortifique, ha de iniciar el difícil acceso a la superficie sabiendo que lo primero es la ruptura de cualquier relación con quien le estaba inmolando en el altar de su propio ego. Pero para esa ruptura también hay que prepararse, romper el oscuro cordón que le une al que le mantiene bajo su bota por medio del desapego y del fortalecimiento de la autoestima perdida.
Los maltratadores del tipo que hablo suelen responder a un perfil perverso narcisista, según me cuentan expertos, y la víctima, bien adolece de un autoconcepto y voluntad fuertes o lo han perdido en el camino. Curiosamente, siendo el torturador una persona sin empatía alguna y alguien que solo utiliza a las personas para la consecución de sus objetivos –manipulador, por lo tanto-, el maltratado parece entender esas actitudes como propio de la personalidad o edad del castrador y no como una práctica enfermiza que le va a conducir a la ruina de su propia personalidad, voluntad y vida en general.
Hay que entender que despertar a la realidad es en sí mismo un canto a la vida porque el martirizado entiende que ha de comenzar un proceso que le llevará a recuperarse para sí mismo y para una existencia digna, en paz interna y externa. Vivir para alguien, dependiendo de sus caprichos, deseos y estrategias, es lo peor que puede acontecer a cualquiera y aunque vengan momentos en los que el castigado anhele, por pura dependencia, al sujeto que le ha mantenido en lóbrega cueva donde la vida era mera anécdota, la voluntad de supervivencia en condiciones de luz interior, debería ser más que suficiente para mantener el camino de la desafección y el olvido. Y, como primicia de ánimo para todos los que se encuentren en esa situación, la liberación es posible, además de necesaria, y la ilusión activa de que ello se puede alcanzar mantendrá viva la llama de la pelea por ser libres y felices.
2 comentarios en «EL LABERINTO.
Maltrato y liberación.
[Javier Berrio]»
De este grave problema, cada día a peor gloria, en ascenso, los Estados y en particular España, intentan vanamente en crear leyes para proteger a las víctimas y alejar a este tipo de inhumanos seres depredadores de ellas. Incluso aumentan los castigos que consisten simplemente en algo más de tiempo en prisión. Desgraciadamente utilizan este forzado claustro para maquinar como hacer más daño a su víctima en el primer permiso carcelario. No obstante, no quiero ser del todo pesimista y pienso que algunos de estos maltratadores puedan regenerarse y les haga volver arrepentidos a la sociedad que los apartó por su dañino comportamiento.
El perverso narcisista se acercó a su vida con la peor y más cruel de las intenciones. Es un monstruo, un canalla, un depredador emocional insaciable que no sabe diferenciar un ser humano de una piedra tirada en el camino.
Pero es también el perdedor por excelencia, porque ni su juego siniestro, ni su estrategia perversa consiguen apaciguar su inseguridad, su frustración, sus miserias y su infinito vacío interior.
http://nomequierastanto.blogspot.com.es/2012/08/el-perverso-narcisista.html