Desde luego, el memorable líder conoce bien a su pueblo. Nombra y confía, vamos que si confía; y se le van acumulando los errores “in vigilando” e “in eligendo”, como decía la otra líder, que calienta en la banda; los sms, las excepciones y las incomparecencias. Como gallego sabio, está sentado en la puerta (la de un gobierno que no sabe si va o viene, si se va o si se queda), esperando que pasen los cadáveres (políticos, claro) de sus enemigos. No pasa nada.
Y es que el cronómetro vital de los españoles sigue cachazudo, acompasado a los meses de verano, más que a los de primavera, imitador del “ahorita” mexicano, que nunca se sabe cuánto dura, dispuesto a conformarnos con lo que nos echen.
Nuestra fogosidad se quedaba antes en el fútbol, ya ni eso; en el amor, que habría que verlo y en las fiestas patronales; y nos importa un pimiento que el adorado aprendiz de cantante haya mentido, que la noble hermana y tía haga caridades con la pecunia ajena, que al gran tertuliano se le empapele unas veces por llevarse y otras por traer, que el exministro se corrija a sí mismo (“aguanta José Manuel, aguanta”) y que nos sigan hablando de sobriedad, recortes, más agujeros para el cinturón, menos sanidad pública, más colegios privados y telecinco.
El pueblo español adormece, continúa con su siesta y prefiere creer que todos los políticos son iguales (en realidad, no es que sean iguales, sino que son los mismos); no hay quien los desaloje, a pesar de la malafollá de los pepes del PP.
“Vuelva usted mañana”, pero es que mañana es ya dos de mayo y, después, veintiséis de junio y vuelta a empezar con el miedo a los mercados, con los mesías perdonavidas y con los pactos de ingobernabilidad.
Caminamos despacio, pero no nos engañemos, no es el síndrome posvacacional, tan recurrente, sino el desencanto; se trata solo de dejar pasar el tiempo o, si lo prefieren, del primer sondeo a favor de la abstención.
Pero qué vamos a esperar de un país donde el sindicato de estudiantes convoca una huelga en la Feria de abril.