10 octubre 2024

VENTANA DEL AIRE: Nota sobre el descubrimiento de Carmen Ramos

Acepto que hablar del descubrimiento de una escritora consolidada no acaba de dejarme en buen lugar, porque Carmen Ramos, que es de Gibraleón, con quien he coincidido en la sección de opinión de este diario y comparto un voluntario exilio, empezó a escribir hace ya tiempo, aunque sus primeras publicaciones daten de la primera decena de este siglo. Parece que no todo lo bueno puede llegar a nuestras manos o, al menos, cuando queremos.

A la persona la conocí en el II Ciclo Cartas de nube, que he presentado en la Casa de la provincia de Sevilla, durante el mes de octubre. Parece justo resaltar que este primer descubrimiento fue ya un gran hallazgo, porque se trata de alguien con encanto; pero el asunto de estas líneas es destacar otro descubrimiento, que es el de su literatura fresca y profunda, al mismo tiempo.

Leyendo su «Pequeño tratado de Etología» (editado por Lastura, en 2016 y con una segunda edición en 2017) he aprendido cuánto pueden inspirarnos las farolas, los bosques, el sol, el hielo, los árboles, una taza de café vacía, un calcetín desparejado, una hormiga alada, un bastón de ciego, unas deportivas sucias y sin cordones, unos zapatos, la lluvia, el jardín, el viento, los animales, la ropa tendida, la grúa, los paraguas, las chinchetas, las cintas de correr, la arena, una bolsa de plástico, un coche abandonado y cualquier cosa que pertenezca a la realidad en prosa que nos rodea, porque lo que Carmen Ramos hace es partir de ese detalle, fútil en apariencia, para hacernos reflexionar, para embellecer, para poetizar.

Hay casas que huelen

a flores marchitas,

a agua estancada,

a aquí-hace-mucho-tiempo-que-no-nos-amamos.

Como los poetas japoneses, dijo en una ocasión, persigue el «aware», el deslumbramiento y merece la pena degustar esos cuarenta y cinco poemas del libro y un epílogo para coincidir con ella en las grandes verdades tratadas minuciosamente con emoción lírica.

Un poco después, en 2018, aparece «Más de veinte maneras de lavarse las manos», publicado por la misma editorial y que ofrece una serie de relatos, ligados de manera que la última frase de uno es la primera del siguiente, para revelar este mundo en que vivimos, con sus pocos aciertos y sus muchas miserias, a través de ingeniosas historias realmente sin conexión.

Se habla de los temas más graves desde la intimidad de la familia y se alcanza un grado de confidencialidad que recoge y emociona. Y lo hace de una forma suave, como si el jabón que aparece de vez en vez en el juego propuesto facilitase el tránsito de esa prosa limpia, sencilla, sin recovecos que viene a deslumbrarnos, como un espejo terrible y a recordarnos que para lavarnos las manos, esta vez como Pilatos, primero hay que remangarse, pero aunque consigas no mojarte, algo difícil tras la lectura, ya nunca estarás satisfecho con la longitud de tus mangas, porque serás tú quien habrá cambiado.

Parece de justicia no hablar solo de este mi descubrimiento, sino muy especialmente de la manera de mezclar ingenio y sensibilidad que han hecho que no pueda guardarme la satisfacción de saber que la poesía está viva y que viva se nutre de nosotros.

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